En estas entregas en las que se habla de las claves para un retrato de calidad destacamos la luz como factor fundamental de belleza. Al mismo tiempo tomamos partido en una discusión que se remonta a escritos de Platón en la Grecia antigua. La belleza es objetiva o subjetiva? De una forma clara nos posicionamos con la primera opción. Existen principios estéticos universales que van más allá de las modas o de los gustos personales y que igualan a Rubens y a Picasso, o a Archimboldo con Dalí. El equilibrio, la armonía, el impacto visual y sobre todo el principio de UNIDAD están presentes en todas las manifestaciones artísticas, también en el retrato de calidad.
Retrato. El dominio de la luz..
Una obra de arte tiene dos componentes, la maestría técnica y el contenido. En fotografía, la maestría técnica está dada sobre todo por el dominio de la luz. En los casi 200 años en que la fotografía forma parte de la historia del arte, este dominio iguala a los grandes fotógrafos con los grandes pintores.
Las calidades de la luz y el contraste.

En los dos casos la fuente de luz es dura, por eso genera sombras bien dibujadas. En Caravaggio la ausencia absoluta de una segunda luz de relleno y en Sorolla todo lo contrario. Sombras muy luminosas. No tenemos que confundir la calidad de la luz con su contraste. Puede ser una luz dura con poco contraste o una suave muy contrastada.
En la película La joven de la Perla se muestra a Johannes Vermeer preocupado porque NO se limpiasen los cristales que daban luz a su taller. Sabía que esa suciedad generaría una luz más suave. Una luz suave es aquella que genera un intervalo entre luces y sombras más pausado. Está generada por resplandores del sol rebotado, cortinas que impiden la luz del sol directo o en el estudio por medio de paraguas o ventanas de luz. Se diferencia de la luz dura generada por el sol directo o por lámparas más puntuales que dan un intervalo brusco entre luces y sombras.





Una revolución Semanal.
Dicen que el sentido del humor es un rasgo de inteligencia, y aunque no estoy especialmente dotado al respecto, trataré de introducir un poco en este artículo. Es que en la fotografía está pasando algo últimamente que merece una reflexión. Prefiero tratar de hacerla simpática antes de lamentarme llorando.
No hace un año, ni dos, ya hace casi dos décadas en que los teléfonos incorporan su cámara fotográfica. Siempre con sensores minúsculos, siempre, año tras año, con la promoción de ser la verdadera revolución de la fotografía, hasta la semana que viene en que los vendedores de humo volverán a renovar su promesa.
No es por eso mi queja. Aunque en la escuela disponemos de cámaras fabricadas hace cien años que producen imágenes de mejor calidad que el celular de última generación, no voy a negar que me gusta tener siempre una cámara en el bolsillo. Me encanta tener, una filmadora, una grabadora de sonidos, un mapa del mudo, un block de notas, un calendario, y hasta una oficina de correos. Creo que si me bajo la aplicación correspondiente podría tener hasta un psicoanalista en el bolsillo. Pero no va por ahí mi queja, ni siquiera niego una verdadera revolución que empresas como Sanyo, Nokia, Sony o Motorola han provocado desde el 2002, año en que comienzan a pegarse las cámaras a los teléfonos. Se ha popularizado la fotografía de una manera extraordinaria y las redes han hecho una difusión sin precedentes.
Un poco, muy poco de historia.
Se han hecho más fotografías en estas dos décadas que en los 180 años anteriores. Si nos atenemos a 1822, año en que los franceses datan el invento de Niepce, son 180 años en el 2002. Desde 1839 en que Aragò, presidente del gobierno francés, compra el invento y lo regala a la humanidad para ser disfrutado libremente, hemos visto hermosos retratos.

Nadar en el siglo XIX pasa a la historia como el primer gran retratista. El barón de Meyer a principio del XX se consagra como la primera cámara de la revista Vogue. Un reinado que se va sucediendo para terminar coronando a Richard Avedon en la segunda mitad del siglo. Para muchos el más grande. Aunque esa es una cuestión de gustos, y “para gustos, los colores”. El gusto es subjetivo, la belleza de sus imágenes es inapelable y marca la historia del retrato con un antes y un después de Avedon.

Y qué pasó después?
Desde los años 50 se produce una época dorada en la historia de la fotografía. Generaciones que dejan innumerables imágenes de sus costumbres y modas. Los nietos del la generación del 60 verán a sus abuelas con unos peinados altísimos, los abuelos de los 70 se mostrarán en el futuro con enormes patillas, bigotes y flequillos y los de los 80 con unos hombros que no pasaban por las puertas. ¿Cómo verán los nietos de esta generación a sus abuelos? Con cara de huevo.
La era de la cara de huevo.
Los descendientes de esta generación verán una deformación en las cabezas de sus antepasados producida por la costumbre generalizada de autorretratarse con la cámara en la mano. Los 50 centímetros de un brazo garantizan la cara de huevo. La ilusión de que “en el próximo selfie quedaré mejor” hace que miles de personas lo intenten una y otra vez con el mismo resultado. Bellísimos/as jóvenes que muestran esta deformidad frente a paisajes y en fiestas buscando un like. Si encima ponemos los labios hacia fuera, completamos el cuadro pareciendo un globo con su nudo en el centro. Los palos de selfie amplían el plano dejándonos con piernas pequeñitas y un cabezón enorme. Tremenda manera de pasar a la historia.

Que nadie se tome a mal mi “guasa”. Yo mismo muestro en esta imagen que también he pecado. Muestro una cara de huevo perfecta hecha con una reflex full frame y una óptica angular. Mi intención como docente es mostrar el problema y tratar de que por lo menos uno de los lectores lo solucione. No quiero ofender a nadie.
La solución de la deformación en el retrato.
Y aquí probablemente me encuentre que mi afirmación es tan polémica como lo de que la belleza es objetiva.
“Lo que produce la deformación no es el uso de angulares, es la distancia”.
A nadie se le ocurre pensar que Leonardo puso su caballete tan cerca que podía oler el perfume de “La Gioconda” y que la señora estaría oliendo el aliento del pintor durante toda la sesión. O viceversa.
Cualquier pintor sabe que debe ponerse a una determinada distancia para evitar la distorsión que da la perspectiva desde muy cerca. Igual que los fotógrafos.

Es evidente que si quiero hacer un primer plano desde cerca necesitaré un angular, pero no es el angular, es la distancia. El mismo angular desde lejos no daría un rostro deformado. Recortando la imagen sobrante tendría un primer plano aceptable pero perdería muchos megapixels por los que he pagado tantos “cuartos”. Lo lógico es alejarme y usar una focal más larga cuyo ángulo más reducido de toma me permitiría concretar el retrato en el plano deseado. Así aprovecho la inversión en pixeles. Pero necesitaré haber invertido en una óptica mejor.
¿Cuáles son las ópticas adecuadas para retrato?
Entonces la pregunta se formularía así. ¿Cuáles son las ópticas que me permitirían ponerme a una distancia suficiente para que no salgan mis retratados con cara de huevo?
En estas imágenes vemos ejemplos de imágenes hechas con distintas distancias con focales diferentes. Las que no deforman son las que superan los 70 mm.

Si eres propietario de una full frame y un 50mm tienes probablemente la mejor cámara y la óptica de mejor calidad. La de mejor definición y más luminosidad. Ideal para instantáneas o retratos de grupo, pero no es la mejor para retrato.

Mejor te alejas un poco y luego recorta, pero si te acercas demasiado… cara de huevo.

Todas estas son imágenes hechas por algunos alumnos del curso anual entre ellos. Todas están iluminadas en estudio y hechas con ópticas de 85 y 105 mm. En ninguna se detectan deformaciones añadidas a las que venían de nacimiento 🙂

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